28 de enero de 2010

LA REDRADÉZ CONTEMPORÁNEA

Sabido es que el neoliberalismo edifica, sobre el derrumbe del proyecto civilizatorio y la aniquilación del sujeto moderno, a un individuo autista y acrítico, ensimismado en el goce de los objetos de consumo e indiferente a toda dimensión política para la existencia humana.
Con perplejidad pudimos ver, con motivo de la crisis en el Banco Central, la más paradigmática puesta en escena de la cosmovisión neoliberal. Martín Redrado, especie de ejemplar de mejor porte de la ideología de mercado, ideal del Yo de cuanto aspirante a yuppie habita el rebaño y promotor de un goce amasado con las harinas de un discurso que promete la segura asunción imaginaria a líder de perfil primermundista, representó al pie de la letra el libreto. Entre otras cosas, dijo: “yo trabajo, no opino”, como si decir eso no fuera ya una opinión, que revela en este caso una descalificación de la razón y el pensamiento, es decir del sujeto propiamente humano, en función de un sometimiento irrestricto a un mandato capitalista de “productividad” y “eficiencia”.
Es que la ideología neoliberal pretende, con las cartas de presentación de la “objetividad” y la “técnica”, presentarse bajo los atuendos de una falta de ideología. En realidad esto constituye el más efectivo ardid para desplegar una visión del mundo limitada a la especulación financiera y a los negociados de los grupos económicos, a la vez que intenta desacreditar la política y la participación del Estado en el manejo de la cosa pública.
Es definitiva, el conflicto por el Banco Central va mucho más allá de las acciones legalistas-desestabilizadoras del tal Redrado o de si es o no correcto recurrir al uso de una parte de las reservas de dinero para pagar bonos de la deuda externa (lo cual puede ser materia de discusión).
Lo que en todo caso está en el centro del debate es si a la economía de los países la manejarán directamente la especulación financiera y los grupos corporativos, capaces de multiplicar sus ganancias y desestabilizar gobiernos cuando estos no se limitan a ser meros gerentes propiciadores de la rapiña, o si a la economía la manejará la política de Estado en función del interés general de los habitantes.

ANTONIO GUTIÉRREZ
CARTA ABIERTA SALTA

25 de enero de 2010

Los Atilas mediáticos

Es evidente que a través de las décadas los golpes de estado, y las destituciones a los gobiernos no propicios a los intereses oligárquicos, han cambiado de atuendo. El recurso de tocar la puerta de los cuarteles dominó durante buena parte del siglo XX y tuvo su apogeo en los años 70 con la doctrina de la seguridad nacional y el proceso de reorganización nacional en la Argentina. Luego, ya barrida la cancha por los militares e instalado a sus anchas el neoliberalismo sobre los países, las dictaduras militares y sus métodos se tornaron más o menos inconvenientes para la expansión de los negocios y para la hegemonía del mercado como el amo absoluto. Fue necesaria entonces la restitución de la democracia, pero reducida ésta a su aspecto formal, como un mero acto eleccionario. Es decir, la tiranía del mercado detesta las dictaduras e instala su totalitarismo en nombre de la democracia y las libertades. Se necesitó entonces de otras circunstanciales estrategias destituyentes y se mandó provisoriamente al freezer, hasta nuevo aviso, a los golpes militares; devino así, durante el período del gobierno de Raúl Alfonsín, el llamado golpe económico, la desestabilización de la economía, el recurso de la hiperinflación, el inducido saqueo a los supermercados, etc. Hoy, durante los gobiernos kirschneristas, ninguna de esas dos tácticas daría mayormente resultado. Primero porque en los cuarteles hubo algunas transformaciones y ya no parecen estar tan dispuestos a ser nuevamente utilizados, y, segundo, porque no se ha podido, a pesar de todos los esfuerzos de los grupos económicos corporativistas y de los sectores de la burguesía, estropear del todo el desempeño de la economía.
Lo que aparece por consiguiente al alcance de la mano golpista es el poder mediático y los intentos de crear un clima de inseguridad, de ingobernabilidad y de anarquía en el país. Ese actual oposicionismo político, irresponsable y salvaje, se hace en nombre del bien común y de un supuesto desarrollo para el país, aunque en realidad no está motorizado más que por las conveniencias particulares y los intereses puramente corporativos. Lo que menos cuenta en todo este asunto es el interés general y la suerte de la nación. En la era de los individualismos y de la inmediatez, algunos opositores al gobierno, echando mano al terrorismo mediático e imponiendo una lógica de tierra arrasada, buscan erigirse victoriosos sobre las cenizas y los restos humeantes de una confrontación que tiene a los medios de comunicación como el campo de batalla y a la mentira, la calumnia, la deformación de las noticias, etc. como las armas más letales.
Es curioso, hoy la desestabilización institucional y los golpes de estado, como en Honduras, se hacen en nombre de la democracia y de la preservación de la institucionalidad republicana, así como la consolidación de los intereses de la derecha burguesa, sus privilegios, el aumento geométrico de las desigualdades sociales, se realizan, por ejemplo, en nombre de un combate a las causas de la pobreza y la marginalidad crecientes. Asistimos a un tiempo de paradojas a cielo abierto, en el que la derecha intenta apropiarse, aunque con fines contrarios a los que enuncia, de las banderas y de los conceptos que tradicionalmente eran propios de los movimientos emancipadores y de los sectores progresistas. Precisamente aquellos individuos que con mayor entusiasmo apoyaron las políticas neoliberales y promovieron la desaparición del Estado, son quienes ahora más pretenden desentenderse de los estragos causados por esas mismas políticas (a las que continúan adhiriendo) e endilgan dichos males a los gobiernos que, por el contrario, intentan contrarrestar en alguna medida el determinismo y la absolutización del mercado. Primero destruyen el Estado y luego lo acusan de estar ausente en temas, por ejemplo, como la seguridad, el combate a la pobreza, etc. Es decir, por un lado piden dejar todo en manos de sabio mercado que, según los neoliberales, todo lo regula y coloca en su justo sitio, pero por otro después acusan a los gobiernos de inacción ante los desastres que ese mismo sabio mercado ocasiona.
Las recientes declaraciones de inconstitucionalidad de algunos artículos de la Ley de Medios Audiovisuales, por parte de algunos jueces, van en esa misma dirección paradójica: terminan poniendo en peligro la institucionalidad en nombre de las instituciones, instalan la desobediencia en nombre del respeto a las normas, relativizan la ley en nombre de las leyes y la Constitución, de algún modo, aun sin quererlo, desestabilizan en nombre de la convivencia republicana. En realidad nada de eso se hace sino en función de un sometimiento a los mandatos corporativos y de un embate de la derecha ante los posibles cambios de concepción social y económica. Es decir, no se trata de un problema de legalidad sino de intereses de clase e ideologías. El príncipe de Maquiavelo retrocedería espantado. No estamos precisamente ante la presencia de tiernos y bienintencionados opositores que cual bellos pastores virgilianos conducen su rebaño al son del caramillo. ¿O acaso alguien puede creer que toda esta movida opositora se lleva a cabo en defensa de los consumidores y la libre elección de los usuarios? Lo que está en juego, en última instancia, no es una mera cuestión de aplicabilidad de la norma, sino si al mundo lo gobernarán definitivamente las corporaciones y los grupos económicos o si lo harán los Estados nacionales, es decir, si el planeta será repartido para siempre entre unos pocos o si, por el contrario, tratará de incluir a todos.


CARTA ABIERTA - SALTA
ANTONIO GUTIÉRREZ

21 de enero de 2010

El apocalipsis pudo esperar

El año 2009 se ha retirado sin cumplir las promesas apocalípticas que,
según los diferentes augures y profetas que pululan en ciertos ámbitos
de la oposición política, entre los economistas de las principales
consultoras y en algunos medios de comunicación, debían derramarse
sobre el cuerpo y el alma de los argentinos. Los vaticinios eran
tremendistas y anunciaban, entre otras cosas, un dólar altísimo, una
economía atacada irreversiblemente por el virus de la recesión,
aislamiento internacional, default, cosechas paupérrimas, importación
de carne, colapso de la industria lechera, desaparición del trigo,
desocupación masiva, protestas sociales transformadas en polvorines
prontos a estallar ante la menor señal, violencia urbana capaz de
convertir las calles de las grandes ciudades en lo más parecido al
infierno de Dante que se pueda reconstruir en estas geografías
sureñas. Imágenes de la bancarrota y de la catástrofe que se
encargaron de repetir infinidad de veces muchos de los más preclaros e
independientes periodistas que suelen copiarse los unos a los otros en
el afán de transformar sus vaticinios en el pan cotidiano de la mesa
de los argentinos. Si viviésemos nuestras vidas de acuerdo con el
relato de los augures de la catástrofe y no como expresión de lo
realmente vivido, hace tiempo que el país se hubiera convertido en un
gigantesco campo de batalla repleto de cadáveres y asolado por todas
las pestes imaginables. Hacer el ejercicio de mirar alrededor, de
recobrar, aunque sea por un instante, la cordura que nace del vínculo
entre lo que decimos que nos pasa y lo que efectivamente nos acontece,
nos restituiría una dimensión completamente distinta del país en el
que habitamos, un país que poco o nada tiene que ver con el gran
relato que se vierte día tras día desde la corporación mediática y que
se fabrica en el interior de las usinas del establishment económico y
político.

Transcurrido el año del Armagedón, sorteados los ríos de lava que
descenderían sobre la Sodoma y la Gomorra kirchnerista, acontecido el
cruce del Rubicón que significaba el recambio parlamentario del 10 de
diciembre, todo estaría disponible para la decadencia irremediable de
aquello que se inauguró en el 2003 y se revalidó a finales del 2007.
Argentina, así lo anunciaban, estaba preparándose para abandonar la
lógica de la confrontación, el clientelismo populista sostenido sobre
los choripanes, el revanchismo de los setentistas, sus escandalosas e
impresentables “formas” políticas alejadas de las genuinas “maneras
republicanas” y el uso discrecional de la chequera oficialista. Claro
que antes de alcanzar la orilla republicana, esa que tanto añoran
nuestros defensores del establishment, seríamos lamentables testigos
de la furia desatada sobre nuestras calles, furia que nos
retrotraería, así lo decían sin sonrojarse, a diciembre de 2001.
Anunciaban y esperaban la catástrofe; se frotaban las manos y se
relamían en sus reuniones de conspiradores ante las señales del fin de
los tiempos. Imaginaban entrar en el año del Bicentenario en
condiciones de mirarse en el espejo de esa otra Argentina del primer
centenario, la del país agroexportador, granero del mundo y rectamente
gobernado por los preclaros representantes del poder económico.

Y sin embargo nada de eso sucedió. No habitamos el mejor de los
mundos, no hemos resuelto algunos de los problemas más graves y
acuciantes que atribulan a las mayorías (en especial seguimos
prisioneros de un orden económico que profundiza la desigualdad
social), pero estamos lejos de ese escenario de locura infernal que
proyectaban los apasionados defensores de la restauración
conservadora. Hubo, en el medio, una dura derrota electoral que
presagiaba el derrumbe del gobierno y que se transformó, para sorpresa
y horror de los críticos termidorianos, en un nuevo punto de partida,
en una suerte de relanzamiento de lo más interesante y significativo
que trajo al escenario argentino la presidencia de Cristina Fernández.
Junio no fue, como parecía, el principio del fin, sino la búsqueda de
otros horizontes, esos que se reencontraron con algunas de las
decisiones más significativas y revulsivas del 2008 (por ejemplo, las
medidas que nacieron después del voto no positivo de Cobos y que,
entre otras cosas, alumbraron la reestatizació n de las AFJP, la
movilidad jubilatoria y la nacionalizació n de Aerolíneas Argentinas).
Una derrota que conmovió al kirchnerismo y que le hizo recobrar su
capacidad de respuesta ante las coyunturas difíciles. Algunas de esas
respuestas constituyen, por sí solas, acontecimientos mayúsculos para
el derrotero de la democracia. El principal de ellos fue la aprobación
de la ley de servicios audiovisuales, después de uno de los debates
más intensos, interesantes y plurales que recuerda la Argentina en
relación con un proyecto de ley. Una victoria doble: contra la
herencia nefasta de la dictadura y contra las “mejoras” realizadas
durante los noventa por el menemismo en beneficio de las grandes
corporaciones mediáticas que condujeron hacia la más colosal
estructura monopólica del espacio comunicacional. Otra de las
respuestas material y simbólicamente claves, de esas que marcan un
rumbo y señalan un itinerario claramente diferenciado de la lógica
desplegada entre nosotros por la cultura neoliberal, fue la decisión
presidencial de implementar la asignación universal para todos los
niños de padres desocupados o con trabajos informales, medida que
ataca directamente el núcleo duro de la pobreza y constituye una
acción justa, reparadora e históricamente relevante, al menos en
parte, para los sectores más postergados y sufridos.

La derrota electoral en la provincia de Buenos Aires puede ser
interpretada como una oportunidad para revisar críticamente los
motivos y los errores que llevaron a que un personaje como De Narváez
se alzara con el triunfo, no sólo conquistando ampliamente a los
sectores altos y medios, sino, más grave y preocupante, penetrando con
su discurso pergeñado por publicistas y potenciado por la estética
tinellista, en los sectores populares. Quedó claro que la pejotización
terminó por perjudicar a Kirchner, que pagó el precio de abandonar una
de sus ideas constitutivas, aquella de la transversalidad y de los
frentes capaces de incluir a diversos actores del campo popular. Quedó
claro que no alcanza con llevar a los intendentes a la cabeza de las
listas, que las candidaturas testimoniales horadaron prestigio y
proyecto mientras quedó diluido el núcleo fundamental de lo que
debería ser un proyecto de genuina profundizació n de los cambios.
Quedó claro que en los territorios calientes del Gran Buenos Aires,
allí donde se sigue amasando la pobreza y la miseria, el kirchnerismo
no supo o no quiso encontrar los modos directos de la interpelación
que se correspondiesen con acciones reparadoras visibles, como si no
hubiera sido capaz de abandonar la forma superestructural y aparatista
de la política para reconstruir base de sustentación popular de un
gobierno que la necesita y mucho si quiere enfrentar con alguna
posibilidad el avance de la derecha restauracionista. Junio sirvió
para no cometer los mismos errores, para aprender de una derrota que,
leída desde esta perspectiva, incluso puede acabar convirtiéndose en
una oportunidad de cara a los desafíos que se abren de ahora en más y
teniendo como horizonte la puja electoral del 2011. Entre otras cosas
no menores, los resultados electorales de Junio ponen en evidencia que
al kirchnerismo sólo le puede quedar bien el traje de aquello que por
no encontrar una definición más atinada denominamos el
centroizquierda; un traje que exige generosidad política y garantías
de estar siguiendo un rumbo que vaya en dirección a la profundizació n
de aquellas medidas capaces de reducir la brecha de la desigualdad, de
abrir los canales de participación popular, de democratizar más y
mejor la gestión de gobierno, de ofrecer claras señales respecto al
cuidado del medio ambiente y a la efectiva puesta de límites a los
diversos tipos de explotación de las riquezas naturales del país, de
cambiar, como se hizo con la ley de medios, la legislación que
mantiene el privilegio, donado por la dictadura, de los grandes
negocios financieros, unido esto a una indispensable reforma
impositiva. Acciones, todas, destinadas, insisto, a marcar un rumbo, a
darle visibilidad a un proyecto de país capaz de recrear una cierta
mística política de clara matriz democrática y popular. Reconquistar
apoyo social, incluyendo la indispensable interpelación de ciertos
sectores medios que hoy rechazan al Gobierno, supone un esfuerzo de
renovación de prácticas y de lenguajes políticos, del mismo modo que
también exige posicionamientos claros y directos contra las formas
visibles de corrupción estatal, tanto la heredada como la que se
desplegó en los últimos años. Sin querer transformar la cuestión de la
corrupción en un eje central (lo que suele hacer el discurso del
establishment y de las políticas restauradoras de matriz neoliberal),
sí es necesario dar señales contundentes de saneamiento de las
prácticas públicas y estatales. No se trata, por supuesto, de lavarle
la cara al kirchnerismo y volverlo “presentable” para la buena
sociedad, que ya no quiere conflictos ni crispaciones; su lugar
original en el presente argentino es haber logrado reintroducir la
política y, en no menor medida, haber logrado escandalizar a aquellos
poderes que creían ser los dueños definitivos del pasado, del presente
y del futuro.

El 2009 también puso en evidencia, por si alguien no lo supiera o se
hiciera el distraído, qué tipo de gestión puede llevar adelante la
derecha. El macrismo en la ciudad de Buenos Aires ofreció toda una
batería de brutalidades, ineficiencias y decisiones desatinadas que
tuvieron sus dos puntos culminantes en, primero, el bochorno del Fino
Palacios como el primer jefe de una policía que antes siquiera de ser
puesta en funciones termina con su cuerpo entre las cuatro paredes de
una celda, a la que probablemente le siga el segundo jefe nombrado por
Macri al que tuvo que destituir por las escuchas ilegales; para luego
rematar su “audaz” gestión con el fallido nombramiento de Abel Posse
al frente del Ministerio de Educación, convirtiéndolo en el ministro
que menos tiempo estuvo en el cargo y que tuvo que abandonarlo después
de lanzar una serie de ideas de un reaccionarismo ultramontano. Lo que
se cayó fue la máscara de una derecha light, signada por las estéticas
posmodernas y las retóricas políticamente correctas. Lo que se puso en
evidencia es, por un lado, sus límites y su incapacidad, y, por el
otro lado, la matriz reaccionaria que se guarda en su interior, esa
que asumió los rostros impresentables del comisario preso y del
escritor ultraautoritario. El macrismo anticipó, lo haya querido o no,
lo que puede llegar a ser un gobierno de la derecha, ese escenario
posible si en el 2011 las fuerzas democráticas, populares y
progresistas no logran comprender lo que verdaderamente está en juego
en la Argentina de hoy.

Muchas otras cosas sucedieron en el 2009, pero lo que quedó
definitivamente claro es que los augures y profetas, los anunciadores
berretas del apocalipsis, fracasaron en todos sus pronósticos. El
Gobierno tiene grandes desafíos por delante y será permanentemente
puesto a prueba allí donde no logre dar señales claras de hacia dónde
y con quiénes intenta ir. En este sentido, el 2010 puede ser un año
más que significativo para ir delineando hacia dónde rumbeará el país
en los próximos tiempos. Aprender del 2009 significa, entre otras
cosas, abrirse con generosidad hacia nuevas formas de construcción
política, esas que sean capaces de salir a pelearle a la derecha
apelando a lo mejor de las tradiciones populares y progresistas.
Veremos, entonces, qué se aprendió de un año tan decisivo, complejo e
intenso como lo fue el que acabamos de abandonar.

12 de enero de 2010

CONSTRUCCION MEDIATICA: CONSTRUCCION DE REALIDAD

Sin duda aquello de que la comunicación de masas construye una realidad (E. Verón) se constata en los efectos que los medios provocan en su público. De este modo la conformación ideológica y ética de las sociedades actuales responde a la construcción de la información de los medios masivos, en los que predomina la ideología del mercado (pretendido Amo Absoluto) que pretende subsumir al Estado bajo sus designios.
Pragmáticos, sustentados por los capitales internacionales, auxiliados por la estadística y las estrategias y técnicas de marketing, los medios de comunicación gráficos y audiovisuales, apelan a los recursos que les proporcionan todos los discursos (científicos, políticos, literarios, cinematográficos, etc.), y componen noticias y crónicas de acuerdo con los intereses que defienden. Saben muy bien que todo hecho es irrepetible y que su transmisión o escritura es un relato y una interpretación. Por eso adecuan el tiempo, las causas y el orden a su gusto. Y más todavía, OMITEN, BORRAN, AGREGAN, SUPRIMEN porque saben muy bien que el relato permite estas operaciones del discurso. Cada uno cuenta como le place y en este caso como le place a los intereses del Imperialismo.

Así l escándalo provocado por la obcecada e interesada actitud del Presidente del Banco Central, Martín Redrado, fue reconstruido por los medios de un modo efectista y avieso, con el propósito de provocar el desgaste del gobierno, la desazón y la desesperanza, cuando no la desestabilización lisa y llanamente. En la construcción de esta noticia, los medios ALUDIERON, ELUDIERON, apearon a la ANFIBOLAGOGÍA A la AMBIGUEDAD, todos recueros retórico de esa madre generosa y talentosa a quien los periodistas apelan: al a literatura.

Desde la mixtura del policial con el periodismo (Capote, Walsh) y de la concepción de la crónica como género literario y novelesco que inició García Márquez, los periodistas toman las figuras literarias que les son útiles para fines espurios y oscurantistas (metáforas, imágenes y sobre todo ironía y paradoja). De este modo ENGAÑAN con la verdad, construyen enunciados de doble sentido o de sentido ambiguo, del mismo modo como los personajes de Calderón o Shakespeare expresaban y eludían (con perdón de Calderón y Shakespeare). En manos de los medio inescrupulosos, estas técnicas, en gran medida, del teatro barroco (claves de la calidad literaria de muchas grandes obras) se constituyen en armas poderosas para formar y sobre todo para deformar la opinión pública en aras del Poder del Imperialismo, o sea del Capitalismo en su fase más cruel y bárbara.

De es te modo se llama a Cobos “presidente”en lugar de “vice-presidente”, aludiendo y eludiendo a la vez, porque en realidad es vice-presidente de la nación y preside las sesiones del Senado. Se engaña con la verdad: todos deseamos cuidar las reservas, pero no se dice cómo surgieron y cuál pueden ser sus funciones eventualmente, se borra la historia y se



habla de autonomías, de preservar las finanzas de las apetencias políticas pero no se dice que en realidad hay otra apetencia omnipresente: la del capitalismo.

Así los medios al servicio del mercado cumplen su rol de “máquinas de producción de realidad social”. Multitudes uniformadas, masificadas al ritmo no del tambor sino de los medios, dispuestas a que otros les indiquen lo que deben hacer, soñar, desear, sentir y opinar, los otros, que a su vez repiten la esclavitud de la gran producción en cadena del Otro de la cultura posmoderna, el Amo Mercado, aliado con sus adalides terribles: la muerte, el hambre, la guerra.

La “oposición”también maneja el discurso de un modo antojadizo del cual no está exenta la perversión y, en algunos casos, la monstruosidad. Claro, si se defiendo lo monstruoso del sistema, o sea la inequidad.

Liliana Bellone-Carta Abierta Salta

5 de enero de 2010

DISCRIMINACION

Estupor, sorpresa, asombro, indignación es lo que experimenté ante las expresiones de un conocido periodista de un canal porteño que pedía a su interlocutor y colega que le aclarase si los que portan armas en el gran Buenos Aires son “personas o piqueteros”, así, llanamente, negando el statu de persona a los que reclaman por sus derechos, discriminación que nos recuerda aquello de “personas, ciudadanos, civilizados “en oposición a “brutos, cabecitas negras, negros, salvajes, etc.” ¿Qué eres?...Una persona o un negro, una persona o un judío, una persona o un provinciano, una persona o una mujer, una persona o un indio? Si un indio no es persona, si un negro no son personas, si un rebelde o un huelguista no son personas, cuál es el resorte que impediría, por ejemplo, el exterminio, el servilismo y la sumisión? La historia está repleta de ejemplos de esta ruin descalificación para esclavizar, subyugar y no pocas veces, asesinar.
Lapsus de este periodista que reviste apariencia de cultura y formalidad, apariencia, simplemente, porque, luego de las duras críticas que recibió Maradona por sus expresiones de mal gusto, grosería (nada extraño en el ámbito futbolero). También tuvieron sus groserías De Narváez, Solá y Reutemann, (quienes no poseen un vocabulario muy exquisito que digamos), Sin embargo nadie se percata de que lo que dijo este periodista es muchísimo más grave que las peroratas maradonianas, ya que lesiona derechos humanos elementales, mostrando una terrible actitud discriminatoria, racista y prejuiciosa, obcecada y arcaica y que pone al descubierto la mentalidad cerrada e inhumana.

LILIANA BELLONE
Carta Abierta -Salta