25 de enero de 2010

Los Atilas mediáticos

Es evidente que a través de las décadas los golpes de estado, y las destituciones a los gobiernos no propicios a los intereses oligárquicos, han cambiado de atuendo. El recurso de tocar la puerta de los cuarteles dominó durante buena parte del siglo XX y tuvo su apogeo en los años 70 con la doctrina de la seguridad nacional y el proceso de reorganización nacional en la Argentina. Luego, ya barrida la cancha por los militares e instalado a sus anchas el neoliberalismo sobre los países, las dictaduras militares y sus métodos se tornaron más o menos inconvenientes para la expansión de los negocios y para la hegemonía del mercado como el amo absoluto. Fue necesaria entonces la restitución de la democracia, pero reducida ésta a su aspecto formal, como un mero acto eleccionario. Es decir, la tiranía del mercado detesta las dictaduras e instala su totalitarismo en nombre de la democracia y las libertades. Se necesitó entonces de otras circunstanciales estrategias destituyentes y se mandó provisoriamente al freezer, hasta nuevo aviso, a los golpes militares; devino así, durante el período del gobierno de Raúl Alfonsín, el llamado golpe económico, la desestabilización de la economía, el recurso de la hiperinflación, el inducido saqueo a los supermercados, etc. Hoy, durante los gobiernos kirschneristas, ninguna de esas dos tácticas daría mayormente resultado. Primero porque en los cuarteles hubo algunas transformaciones y ya no parecen estar tan dispuestos a ser nuevamente utilizados, y, segundo, porque no se ha podido, a pesar de todos los esfuerzos de los grupos económicos corporativistas y de los sectores de la burguesía, estropear del todo el desempeño de la economía.
Lo que aparece por consiguiente al alcance de la mano golpista es el poder mediático y los intentos de crear un clima de inseguridad, de ingobernabilidad y de anarquía en el país. Ese actual oposicionismo político, irresponsable y salvaje, se hace en nombre del bien común y de un supuesto desarrollo para el país, aunque en realidad no está motorizado más que por las conveniencias particulares y los intereses puramente corporativos. Lo que menos cuenta en todo este asunto es el interés general y la suerte de la nación. En la era de los individualismos y de la inmediatez, algunos opositores al gobierno, echando mano al terrorismo mediático e imponiendo una lógica de tierra arrasada, buscan erigirse victoriosos sobre las cenizas y los restos humeantes de una confrontación que tiene a los medios de comunicación como el campo de batalla y a la mentira, la calumnia, la deformación de las noticias, etc. como las armas más letales.
Es curioso, hoy la desestabilización institucional y los golpes de estado, como en Honduras, se hacen en nombre de la democracia y de la preservación de la institucionalidad republicana, así como la consolidación de los intereses de la derecha burguesa, sus privilegios, el aumento geométrico de las desigualdades sociales, se realizan, por ejemplo, en nombre de un combate a las causas de la pobreza y la marginalidad crecientes. Asistimos a un tiempo de paradojas a cielo abierto, en el que la derecha intenta apropiarse, aunque con fines contrarios a los que enuncia, de las banderas y de los conceptos que tradicionalmente eran propios de los movimientos emancipadores y de los sectores progresistas. Precisamente aquellos individuos que con mayor entusiasmo apoyaron las políticas neoliberales y promovieron la desaparición del Estado, son quienes ahora más pretenden desentenderse de los estragos causados por esas mismas políticas (a las que continúan adhiriendo) e endilgan dichos males a los gobiernos que, por el contrario, intentan contrarrestar en alguna medida el determinismo y la absolutización del mercado. Primero destruyen el Estado y luego lo acusan de estar ausente en temas, por ejemplo, como la seguridad, el combate a la pobreza, etc. Es decir, por un lado piden dejar todo en manos de sabio mercado que, según los neoliberales, todo lo regula y coloca en su justo sitio, pero por otro después acusan a los gobiernos de inacción ante los desastres que ese mismo sabio mercado ocasiona.
Las recientes declaraciones de inconstitucionalidad de algunos artículos de la Ley de Medios Audiovisuales, por parte de algunos jueces, van en esa misma dirección paradójica: terminan poniendo en peligro la institucionalidad en nombre de las instituciones, instalan la desobediencia en nombre del respeto a las normas, relativizan la ley en nombre de las leyes y la Constitución, de algún modo, aun sin quererlo, desestabilizan en nombre de la convivencia republicana. En realidad nada de eso se hace sino en función de un sometimiento a los mandatos corporativos y de un embate de la derecha ante los posibles cambios de concepción social y económica. Es decir, no se trata de un problema de legalidad sino de intereses de clase e ideologías. El príncipe de Maquiavelo retrocedería espantado. No estamos precisamente ante la presencia de tiernos y bienintencionados opositores que cual bellos pastores virgilianos conducen su rebaño al son del caramillo. ¿O acaso alguien puede creer que toda esta movida opositora se lleva a cabo en defensa de los consumidores y la libre elección de los usuarios? Lo que está en juego, en última instancia, no es una mera cuestión de aplicabilidad de la norma, sino si al mundo lo gobernarán definitivamente las corporaciones y los grupos económicos o si lo harán los Estados nacionales, es decir, si el planeta será repartido para siempre entre unos pocos o si, por el contrario, tratará de incluir a todos.


CARTA ABIERTA - SALTA
ANTONIO GUTIÉRREZ

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